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Había niños con infancia de ancianos
que me enseñaron sus manos
como índices desordenados
de todas sus historias
El tacto de sus dedos
capítulos sin nombre
en un libro
que seguramente
llamaban vida
Tenían relojes en las lágrimas
minuteros hechos de sal
formados con
la ilusión y su caída
Formaban manadas de paz
en cunas de venganza
“¿De dónde vienes?”
– Me preguntaron –
“ De muy lejos”, contesté
Seguían jugando
delante mía
mientras me preguntaba;
Cómo se calma el dolor
en el que todos participamos
Son historias que,
echadas a perder
por la memoria,
son ignoradas por culpa
del desorden de nuestras hojas
Enrique Adam